11 de marzo de 1990

La revolución de los sardinos.

Semana. Lunes 11 Junio de 1990

Irreverentes y audaces, los universitarios colombianos convencieron al país de la Constituyente. ¿Cómo lo hicieron?

Foto: Cortesía Semana.

En contra de lo que todo el mundo cree, el movimiento estudiantil que derivó en la idea de la Asamblea Constituyente y la séptima papeleta, no nació del sentimiento de protesta originado en la muerte de Luis Carlos Galán. La verdad es que el asesinato que despertó a los primeros estudiantes fue el del magistrado Carlos Valencia, tres días antes del sacrificio del caudillo liberal. Valencia era respetado por centenares de universitarios que habían sido sus alumnos y tenía una gran hinchada entre los estudiantes de derecho del Externado de Colombia.

Entre estos últimos surgió la idea de organizar una «Marcha por la Vida», en la que, pacíficamente, los estudiantes expresaran su indignación ante la muerte del magistrado y ante las de miles de colombianos caídos en la narcoguerra.
Pero si la muerte de Galán en la noche del 18 de agosto en Soacha no estuvo en el origen de esa marcha, lo cierto es que sí significó un terremoto nacional que los universitarios sintieron y debido al cual la «Marcha por la Vida», celebrada una semana después con participación de 15 mil estudiantes de todas las universidades de la capital, trascendió sus objetivos iniciales y se convirtió en el punto de partida de un proceso que, posiblemente, llegue a cambiar muchas cosas en la historia de Colombia.

Una afortunada coincidencia le dió al recién nacido movimiento un alcance inusitado. Mientras los estudiantes marchaban ese viernes 25 por la Carrera 7a y doblaban para bajar por la calle 26, desde el último piso del edificio Seguros Tequendama donde se encuentra el Club de Ejecutivos, medio centenar de directores, editores y jefes de redacción de periódicos, revistas y noticieros de radio y televisión celebraban un almuerzo de trabajo para discutir la situación nacional y preparar un comunicado.

De pronto, alguien se asomó por la ventana y alertó a los demás sobre las dimensiones de la marcha. Enrique Santos Castillo, editor de El Tiempo, dijo en su inconfundible acento cachaco: «Al fin estos muchachitos hacen algo distinto de tirar piedra. Hay que darles una mano».

En efecto, el «Comunicado por la Vida», redactado ese día por 11 universidades bogotanas recibió gran despliegue en los medios. Pero faltaba aún mucho trecho por recorrer. Como si de un día para otro millares de estudiantes hubieran despertado de un letargo prolongado, proliferaron las asambleas y mesas de trabajo en las que se discutía con el ardor típico de los 20 años. «Fue algo espontáneo, fruto de la crisis y de un sentimiento generalizado de rabia y de tristeza que nos obligaba a preguntarnos de qué valía ser jóvenes» recuerda Catalina Botero, bogotana de 24 años, estudiante de posgrado en derecho de los Andes.

A BOTAR CORRIENTE
Contra lo que se hubiera podido esperar, la agitación no se fue muriendo con el paso de las semanas. Oscar Sánchez, un chaparraluno estudiante de finanzas del Externado, recuerda cómo los episodios que siguieron al asesinato de Galán y que mantuvieron al país en vilo durante varios meses permitieron que siguiera viva la llama. «Si algo fue importante en medio de todas esas discusiones fue que nos dimos cuenta que, en medio de semejante crisis, los congresistas daban un lamentable espectáculo con el trato que le estaban brindando a la reforma constitucional», recuerda Sánchez.

Eso explica que entre decenas de propuestas que iban desde la fundación de un partido de la juventud hasta la creación de un periódico de todas las universidades, comenzara a ganar terreno aquella que proponía la convocatoria de una Asamblea Constituyente, que estaba recibiendo particular impulso por parte de un grupo de estudiantes y profesores de la Universidad del Rosario y que terminaría concretandose en el movimiento por la séptima papeleta. (Ver recuadro).

Y mientras unos se especializaron en el tema de la constituyente y la séptima papeleta, otros se dedicaron a organizar el movimiento estudiantil a nivel nacional «con la intención no solo de cambiar la Constitución, sino de crear un escenario de discusión para darle a Colombia un nuevo pacto social», afirma Viviana Pérez, otra estudiante de finanzas del Externado.

CARRERA DE OBSTÁCULOS
El camino estaba lleno de obstáculos. Para empezar, los estudiantes descubrieron que por el entusiasmo que le estaban poniendo al proceso, las dimensiones del movimiento crecían de manera inversamente proporcional a las calificaciones. Los mejores alumnos se convirtieron de un semestre a otro en los más ausentistas y los más «rajados». Pero eso no los asustó. CataliNa Botero cuenta que uno de sus compañeros llegó un día con un par de exámenes cuyas calificaciones, sumadas, no alcanzaban a 3. Con una sonrisa dijo resignado: «Para que quiero un cartón, si es mejor ser estudiante que desempleado…»

Pero este no ha sido el único obstáculo. A medida que el movimiento se desarrollaba, los estudiantes fueron descubriendo un país acostumbradó al protocolo, al cuello, a la corbata y a la antesala. Ese fue el ambiente que reino en las citas con los candidatos y con el ministro de Gobierno, Horacio Serpa, sin duda el dirigente y funcionario que más bolas les ha puesto. Entre carcajadas, recuerdan un incidente que marcó la primera entrevista con Serpa. Con sus blue-jeans y mochilas, media docena de universitarios llegaron al Palacio Echeverri. El portero les preguntó qué buscaban y cuando le dijeron que iban a hablar con el ministro, el hombre les respondió con sorna: «¿El ministro? Ese es un hombre muy ocupado». Le hicieron saber que tenían cita con él y con gran sorpresa el portero se enteró, al comunicarse con el despacho de Serpa, que era cierto.

A Serpa llegaron por dos caminos distintos que confluyeron al final. El primer contacto lo hizo Alfonso Gómez, hijo del procurador general de la Nación. El segundo, un dirigente estudiantil de izquierda que había conocido al actual ministro de Gobierno cuando estaba al frente de la Procuraduría, porque se la pasaba pidiéndole citas para denunciar la desaparición o muerte de algún compañero.

EL MURO
Pero ningún obstáculo ha sido más grande que poner de acuerdo a miles y miles de estudiantes de todo el país en la búsqueda de unos objetivos comunes. Ya los estudiantes perdieron la cuenta de cuántas asambleas, cuántos foros y cuántos congresos han realizado. El último de estos eventos, celebrado en Bogotá el 4 y 5 de mayo, reunió a más de 2 mil estudiantes de 105 universidades y 20 establecimientos de secundaria. «Lo más verraco -cuenta Sánchez- ha sido mantener el pluralismo del proceso».

La verdad es que lo primero que tuvieron que romper fue el muro que durante años se había levantado entre la universidad pública y la privada. En el pasado, cualquier intento por reunir estudiantes de esos dos sectores terminaba en que unos acusaban a los otros de «oligarcas» y estos a su vez les devolvían la pelota diciéndoles «izquierdosos» o «mamertos». En ésta oportunidad, aunque al principio no fue fácil limar asperezas, el entendimiento fue ganando terreno. Ha hecho carrera la anécdota de un curioso personaje, estudiante de la Nacional, que en las primeras asambleas se paraba siempre a echar un discurso abiertamente anarquista, contra todo y contra todos. «El Anarco», como lo bautizaron, se tomaba la palabra sin pedirla y terminaba llamando a la revolución permanente y otras consignas dignas del mayo del 68 francés. En la última reunión, todos descubrieron cómo había cambiado su actitud: exigió que se respetara la palabra y terminó respaldando la decisión de apoyar, con un «si condicionado», como lo llaman los estudiantes, el decreto del gobierno para que se contabilicen los votos por la constituyente este 27 de mayo.

«Y es que la verdad -dice uno de los promotores del movimiento- es que en la Nacional se está viviendo un proceso muy interesante, de realinderamiento político, algo muy influído por los vientos de la perestroika. Mientras se caía el muro de Berlin, se caía también el muro que había encerrado a las universidades públicas».
Irreverentes, «despelotados» y llenos de ganas de hacer cosas, ahí estan los estudiantes, diciendo que ha llegado la hora de dejar atrás a Rafael Núñez y su otrora sagrada Constitución, pero diciendo también que después de lo que ha pasado, el país no puede seguir siendo el mismo. Y son muchos los que los están siguiendo. En el último foro había delegados de organizaciones tan disímiles como A Luchar, la Conferencia Colombiana de Religiosas, Tradición, Familia y Propiedad y el Movimiento de Minorias Sexuales de Colombia. Todo como para darle al país un ejemplo de que se puede discutir, se puede pensar y se puede vivir sin necesidad de resolverlo todo a tiros.-

EL EQUIPO DE LA SÉPTIMA
Es el 18 de agosto de 1989. La noticia los estremece. Como a todos los colombianos de bien. Luis Carlos Galán ha sido asesinado. Son estudiantes de derecho de la Universidad del Rosario que piensan que las cosas no pueden seguir así, que hay que hacer algo, que la juventud no puede permanecer al margen de lo que esta sucediendo, enclaustrada en las aulas. «Dejemos el cuento de que nos da miedo ‘hacer el oso’, ¡lancémonos!», dice Oscar Ortiz y encuentra que hay varios dispuestos a seguirlo. Organizan una marcha para protestar por la violencia tras el asesinato de Galán y lo que entonces es una consigna, «Todavía podemos salvar a Colombia», se convierte en el nombre de un movimiento que hoy los colombianos identifican como el de la séptima papeleta.

Pero no se quedan simplemente en la marcha y una semana después resuelven dar un paso más: organizar mesas de trabajo con el concurso de otras universidades. Después de 15 días de reuniones y discusiones sobre lo divino y lo humano, Camilo Ospina, con buenas dosis de pragmatismo dice: «Mientras nosotros echamos carreta, los políticos nos arreglan en un almuerzo». Las mesas de trabajo que han sesionado en el Rosario y la Javeriana han estudiado y planteado muchos problemas. Entre ellos, el del movimiento estudiantil: «La universidad no está haciendo un carajo», dice uno de ellos resumiendo el sentimiento general. Y entonces resuelven que es necesario replantear el movimiento, que no puede ser contestatario y violento como en otras épocas, y que puede hacerse también desde la cátedra proponiendo temas y soluciones. «El Congreso nos tiene bloqueado el sistema», dice otro. Y así, poco a poco y entre chiste y chanza, surge en octubre del año pasado la iniciativa que se conoció como «el plebiscito para el plebiscito», que desemboca en la recolección de 35 mil firmas que apoyan la iniciativa de reformar la Constitución brincándose los mecanismos dispuestos para ello (dos vueltas en legislaturas ordinarias del Congreso).

Pero las cosas no paran ahí y los estudiantes desarrollan una actividad febril paralela a los estudios: inician una investigación sobre auxilios parlamentarios y se dedican a seguirle los pasos al debate que cursa en el Congreso sobre reforma constitucional. Se cae la reforma, vienen las vacaciones y entre playas y piscinas se pierde algo de vapor y se presentan algunas bajas.

Los más entusiastas vuelven a prender motores en la segunda semana de enero de este año. Hay que hacer algo, no se puede perder lo que se ha logrado, y las elecciones del 11 de marzo constituyen una buena oportunidad. Entonces, uno de los profesores, Fernando Carrillo -hoy asesor del candidato liberal Cesar Gaviria-, dice que si la Registraduría cuenta la papeleta de consulta popular, no hay razón para que no pueda contabilizar una séptima papeleta sobre la convocatoria de una Asamblea Constituyente para reformar la Constitución. Como ratones de biblioteca, estudiantes y profesores que apoyan la idea se dedican a estudiar la viabilidad jurídica de la propuesta y encuentran que aún si se consideran nulos los votos por la constituyente, estos tienen que ser contabilizados como tales y eso ya significa algo. Es posible medir la voluntad popular en esa materia. Después se dan cuenta de que no necesariamente esos votos son nulos y que lo que hay que hacer es invitar a los jurados para que los cuenten. Pero surge una pregunta: ¿cómo hacer para difundir la idea? «La cosa es con los medios», prácticamente dicen en coro y, entonces, María Paula Duque mueve cielo y tierra haciendo buena parte de los contactos. Con excepciones que se cuentan en los dedos de una mano, los estudiantes encuentran en los medios las puertas abiertas. «Como cosa curiosa -dicen- en un par de días El Tiempo y El Espectador, que habían llamado a la abstención, coinciden en sus editoriales».

Viene luego la logística. Hay que imprimir votos, reclutar estudiantes hasta en los colegios para que esten presentes en las mesas de votación y logren que los jurados les cuenten su séptima papeleta. Se multiplican como en la parábola de los panes y los peces y lo logran. El 11 de marzo trece millones de colombianos se pronuncian a favor de la Asamblea Nacional Constituyente. Curiosamente, el primer dato lo reciben de una mesa del Guaviare: 66 votos por el «sí». En total, sólo se contabilizan 116 votos por el «no». Los estudiantes han metida el primer gol.

La última «pilatuna» es la de hace pocos días. Empeñados en que no les podían «enmochilar» una asamblea integrada en forma democrática y popular, se dedican a marcarles el paso a los candidatos y al ministro de Gobierno. No se ponen colorados para montar guardia en el despacho del ministro Serpa, ni les tiembla el pulso cuando timbran a avanzadas horas de la noche en las casas de Rodrigo Lloreda y Alvaro Gómez. Con acuerdo o sin acuerdo político hay que seguir dando la pelea por ese mecanismo para reformar la Constitución. El jueves 3, el gobierno da a conocer el decreto que ordena a las autoridades electorales contar los votos por una Asamblea Constitucional. Respiran tranquilamente. Sienten que ahora estan dos a cero y piensan que su presión ha sido definitiva para que no se entierre la iniciativa. Pero saben que lo que hay de aquí en adelante es otro partido y que necesitan a un Gullit para meter más goles.

http://www.semana.com/noticias-especiales/revolucion-sardinos/25885.aspx

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